sábado, 29 de diciembre de 2007

PAVESE Y LOS OJOS DE LA MUERTE

Cuando abrieron esa noche la puerta
de su cuarto, salió de allí dentro un gato.
Abelardo Castillo.

Ni diablo, ni colina. Camina por la habitación y escucha la calle silenciosa. Es domingo. El hotel de Turín, el hotel de verano de Turín lo deja en la soledad. Baja, compra un cigarrillo y mira a todos por penúltima vez. En las últimas horas ha telefoneado a todas las mujeres y nada. Ya sabe que lo espera una de las formas de la felicidad. Sabe que no lo espera nadie.
El amor ha sido uno de los fantasmas que comieron su frágil corazón de tinieblas. El otro fantasma fue la poesía. Por eso siente que su vida está justificada: ha escrito un verso inmortal. Y ese verso contiene el acto próximo que también lo salva del abismo.
Cesare Pavese, de vuelta en la habitación ruinosa, se pega un tiro. Un gato[i] salta después del disparo, quizás buscando al que no ha muerto, al que todavía está en el silencio del poema.
Desde Dante, la literatura de Italia ha ingresado en el cielo de la poesía. Será el olor de la tierra húmeda, será el rumor del agua, será la proximidad del Mediterráneo. La tierra de Italia ha prodigado versos luminosos y fatales, inconmensurables. Ariosto, Leopardi, Carducci, Ungaretti, Quasimodo, Montale. Pavese suma su voz a la plétora de la península. Encuentra en las piedras secas del mar el sonido tranquilo de sus versos intensos. En su palabra confluyen el verbo plural de Norteamérica, el grito sordo de los campesinos y la cansada serenidad griega. Ese desorden agita el suave orden de las palabras. Pavese es para nosotros el sonido de la tierra y del agua. Escribe en la Roma de 1945:

Eres la tierra y la muerte
Tu estación es la sombra
y el silencio. No vive
nada como tú
tan lejano del alba[ii].

Pavese escribe con las toneladas de la tradición en sus espaldas. Quasimodo ha dejado versos memorables. Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra/ traspasado por un rayo de sol/ y enseguida anochece[iii]. Pavese respira el aire gélido del pasado. Sabe que escribe en la Italia de Dante y de los otros. Sin embargo, sale airoso de la palestra:

Tienes rostro de piedra tallada,
sangre de tierra dura,
has venido del mar[iv].

En 1950, acaso como siempre, su obsesión es la mujer. Esa mujer que lo desdeña, esa mujer parca y árida, esa mujer tersa y pulcra como una mañana clara. Mineral, tierra, agua, sangre, penetrantes ecos en sus versos húmedos.

También tú eres colina
y sendero de piedras
y juego entre las cañas,
y conoces la viña
que de noche se calla[v].

En Las piedras de Ariadna[vi] de 1939, Albert Camus ensaya: ¡ Qué tentación identificarse con esas piedras, confundirse con ese universo ardiente e impasible que desafía la historia y sus agitaciones!
Pavese, quizás por su frenética devoción a la serenidad explora el deseo de ser mineral en la figura del otro. Encuentra en la mujer esa cualidad pétrea que también encantó a Camus.

Como la roca y la hierba,
como tierra, eres secreta,
te agitas como el mar[vii].

En otro poema de la colección La tierra y la muerte, el poeta nombra el desierto innombrable de la mujer:

Eres como una tierra
que ninguno ha nombrado[viii].

La mujer le trae el dolor. Es el agua envenenada, el sopor que envuelve a la tierra:

El dolor
como el agua de un lago
tiembla y te circunda.
Hay círculos sobre el agua.
Tú los dejas desvanecer.
Eres la tierra y la muerte[ix].

Como Dante, como Petrarca, Pavese canta a la mujer. Como ninguno de ellos, canta a todas y a ninguna. En su diario, anota: Las mujeres mienten, mienten siempre... Nadie se mata por el amor de una mujer. Cuando escribe sobre cualquier mujer escribe sobre la inalcanzable. La mujer posee la dura impersonalidad de la muerte. El poeta nombra los ansiados ojos de esa mujer lejana, y espera. Sin embargo, la mujer de sus versos entrega la luz del Mediterráneo. No puede Pavese soportar esa inmensa declaración de claridad. Para sus ojos yermos la luz también es fatal.

Las mañanas pasan claras
y desiertas. Así tus ojos
se abrían en un tiempo[x].

Para el final, el poema que se hospeda en una antología de versos inmortales:

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo. Tus ojos
serán una vana palabra,
un grito callado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sobre ti sola te inclinas
en el espejo. Oh esperanza querida,
ese día sabremos también nosotros
que eres la vida y eres la nada.

Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como ver en el espejo
resurgir un rostro muerto,
como escuchar unos labios cerrados.
Descenderemos al abismo mudos[xi].

En una mañana clara, en el agua clara, los ojos de la muerte miraron a Pavese. Pero también él miró a esa mujer de velos oscuros. En una habitación de hotel, vio en los ojos de la muerte a la poesía.



Fabián A. Soberón.







[i] Misteriosamente Pavese escribió un poema titulado The cats will know (Los gatos lo sabrán). Pavese, Cesare, 1961. Trabajar cansa/ Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Buenos Aires: Editorial Lautaro.
[ii] Pavese, Cesare. 1961. Trabajar cansa/ Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Buenos Aires: Editorial Lautaro.
[iii] Quasimodo, Salvatore. 1983. Y enseguida anochece y otros poemas, Madrid: Editorial Orbis.
[iv] Pavese, Cesare. 1961. Trabajar cansa/ Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Buenos Aires: Editorial Lautaro.
[v] Pavese, Cesare. 1961. Trabajar cansa/ Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Buenos Aires: Editorial Lautaro.
[vi] Camus, Albert. 1975. El verano/Bodas, Buenos Aires: Sur.
[vii] Pavese, Cesare. 1961. Trabajar cansa/ Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Buenos Aires: Editorial Lautaro.
[viii] Pavese, Cesare. 1961. Trabajar cansa/ Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Buenos Aires: Editorial Lautaro.
[ix] Pavese, Cesare. 1961. Trabajar cansa/ Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Buenos Aires: Editorial Lautaro.
[x] Pavese, Cesare. 1961. Trabajar cansa/ Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Buenos Aires: Editorial Lautaro.
[xi] Pavese, Cesare. 1961. Trabajar cansa/ Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Buenos Aires: Editorial Lautaro. Llama la atención que Pavese haya escrito versos memorables a las mujeres. En las páginas de su diario abundan la detracción y el desdén de la mujer. Tal vez, esa mujer árida y tranquila como la tierra del Mediterráneo no sea una mujer de carne y hueso, sino una mujer cuyos ojos pudo ver Pavese en la poesía.

1 comentario:

Gastón Córdoba dijo...

Hola, Fabián. Muy interesante el artículo. Es mucho lo que se escribió sobre Pavese. Y sobre su muerte. A mí me gusta mucho un poema de Juan Luis Panero que aquí te dejo. Un saludo desde Barcelona.

A LA MAÑANA SIGUIENTE CESARE PAVESE NO PIDIÓ EL DESAYUNO

Solo bajó del tren,
atravesó solo la ciudad desierta,
solo entró en el hotel vacío,
abrió su solitaria habitación
y escuchó con asombro el silencio.
Dicen que descolgó el teléfono
para llamar a alguien,
pero es falso, completamente falso.
No había nadie a quien llamar,
nadie vivía en la ciudad, nadie en el mundo.
Bebió el vaso, las pequeñas pastillas,
y esperó la llegada del sueño.
Con cierto miedo a su valor
-por vez primera había afirmado su existencia-
tal vez curioso, con cansado gesto,
sintió el peso de sus párpados caer.
Horas después -una extraña sonrisa dibujaba sus labios-
se anunció a sí mismo, tercamente,
la única certidumbre que al fin había adquirido:
jamás volvería a dormir solo en un cuarto de hotel.

"Los trucos de la muerte" 1975